Resbaló de la nube de Hera al intentar saltar desde el Olimpo, cayendo a la tierra en humano convertida, aventura que juzgó solazada no demandando venida. Caminó por calles de luces amarillas, disfrutando brisas heladas del otoño en puerta, y tropezó con mirada sospechada. La visual azul profunda y triste, sonrió amable ante el hallazgo, perpetuando así un camino de convergencias de muchas noches, desde ese encuentro. El hilo del amor se fue tejiendo sin siquiera percibirlo, y los bajos instintos de su raza la sumergieron en vehementes aproximaciones, enredándolos esclavos de pasiones animales... obstáculo, se sabían prohibidos. Batallaron por no ahogar su romance; el Celtíbero especuló en rapto o huída antes de verse sumergidos en la derrota. Mas como Folo y Quirón, sus almas limpias anhelaron poder manifestar su pulcro sentimiento, procurando ser sabios y amables, soslayando lo prohibido... pero Ares esperaba el sacrificio... y la Centáurides emprendió la huida. Intentó como Hilonoma llevar a cabo su oblación ante la fuga, pero no atinó valentía. Tras las sombras de un frío invierno sus ojos despeñaban estalactitas de dolor, cuando al echar de ver al cielo invocando su destino, notose bajo la ventana de su amor. Quiso llamarle ante la tribulación de su alma atormentada, pero Teseo inclinó la balanza hacia lo justo, dejándola esculpida en bajo relieve de la naturaleza, al pié de la ventana... allí yace la Centáurides enamorada. Sus ramas extendidas hacia el cielo, sólo desdibujan su figura en las noches de invierno, cuando desnuda de ramas, las luces amarillas dejan ver su moldeado sufrimiento... el Celtíbero cada invierno se detiene, y la toca, sin entender por qué le produce desconsuelo, entonces las estalactitas de nuevo se despeñan hasta el suelo.
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