
El alma se llena con pasitos presurosos, cargados de libretas y puntas de colores, que con risas de esperanza y correteando la vida, fraguan un encuentro de boquitas cual flores, nutriendo tu pecho de abrazos y caricias.
Se envuelven mis horas en torpes movimientos, de trocitos de carne llenos de hoyuelitos, me recuerdan el tamaño del compromiso, y la ternura me asedia, aunque vuelvan el sitio un verdadero desquicio.
No importa si la vida te sabe a desconsuelo, sus palabritas mochas de muequitas zezeantes, devuelven la ilusión dimensionando el te quiero, y llenando los instantes.
Ojitos espantados ante preguntas tenebrosas: a ver, cuánto es dos más tres?
en manitas retorcidas y boquitas hechas muecas, de atrevidos,
te sueltan un: seis...
desolada elevas la ceja en desacuerdo, y sus bocas abiertotas por la sospecha del error,
te devuelven el dulce a la mirada y te suben el suspiro, y sin siquiera advertirlo sueltas un: a ver, otra vez mi amor…
La respuesta correcta, meditada y nerviosa, asentida en mi rostro de expresión monalisa, dan su fruto al final, cuando antes de marcharse, te abrazan y te dicen: hey, te hice feliz, descubrí tu sonrisa.
Y así… un raund de cosquillas y estrujones nutridos, forman un conjunto unitario, que con adjetivos susurrados en sustantivos propios, multiplican el verbo amar en incondicional conjugado.
El día finaliza y con tierra hasta en el sueño, de pronto adviertes en el bolsillo, el garabato dedicado, y te llena el rostro la sonrisa y te mira como a loca, el que está al lado.
No importa raza, ni nación, ni creo, entusiasmo de vida mis chiquitos, me han llenado.
Si fuéramos como ellos y amaramos cual niños, otro sería el mundo, y el concepto de amar, no sería tan caro.