Arrodillando mis lágrimas y amordazando la tristeza te impulsé al olvido
arrojando tras de ti el cofre donde yacen mis emociones…
y es que son tuyas
cada una lleva una dedicatoria con tu nombre lacrado… ya no las puedo conservar.
En el acantilado quedé enmudecida, paralizada, vacía…
nada guardé…
era necesario despojarme del músculo hermoso para poder dar paso a lo único posible…
la razón.
Por horas, contemplé tu rostro inerme, impávido, sin expresión tangible…
y es que hasta tu rostro me lo negaste…
y el canto de tu voz no endulzó más mis sentidos…
quedé sin facultades.
Logré ubicar mis rodillas en la tierra, en un acto de genuflexión a mi cordura…
sin concebir por qué, aún me lastimaba el pensamiento…
horas pernoctaron mis rodillas en la tierra, bendita tierra que me hizo advertir qué me movía.
El sol comenzó a licuarse en el húmedo horizonte, y la luna a mostrarme su más cruel rostro…
mis piernas entumecidas ya no dieron más
y caí lenta y pausada en el verde musgoso y especulativo…
no hallé la razón, también se fue contigo mecida entre olas…
sólo encontré alucinaciones cansadas que cerraron mis párpados y me sumieron en lo neutro de un pensamiento esquivo de todo.
El frío de la noche reaccionó en mi piel…
mis párpados aún húmedos de salobre desconsuelo importunaban mi realidad…
fue cuando advertí que nada hacía ya en este horizonte desolador y mustio…
no más genuflexión, no más razonamiento, no más sabor a hierro en el paladar…
entonces, comprendí que lo perturbante se llamaba miedo…
y lo sumergí tras de ti en la paz del azul inmenso, donde ahora yacemos ambos.
arrojando tras de ti el cofre donde yacen mis emociones…
y es que son tuyas
cada una lleva una dedicatoria con tu nombre lacrado… ya no las puedo conservar.
En el acantilado quedé enmudecida, paralizada, vacía…
nada guardé…
era necesario despojarme del músculo hermoso para poder dar paso a lo único posible…
la razón.
Por horas, contemplé tu rostro inerme, impávido, sin expresión tangible…
y es que hasta tu rostro me lo negaste…
y el canto de tu voz no endulzó más mis sentidos…
quedé sin facultades.
Logré ubicar mis rodillas en la tierra, en un acto de genuflexión a mi cordura…
sin concebir por qué, aún me lastimaba el pensamiento…
horas pernoctaron mis rodillas en la tierra, bendita tierra que me hizo advertir qué me movía.
El sol comenzó a licuarse en el húmedo horizonte, y la luna a mostrarme su más cruel rostro…
mis piernas entumecidas ya no dieron más
y caí lenta y pausada en el verde musgoso y especulativo…
no hallé la razón, también se fue contigo mecida entre olas…
sólo encontré alucinaciones cansadas que cerraron mis párpados y me sumieron en lo neutro de un pensamiento esquivo de todo.
El frío de la noche reaccionó en mi piel…
mis párpados aún húmedos de salobre desconsuelo importunaban mi realidad…
fue cuando advertí que nada hacía ya en este horizonte desolador y mustio…
no más genuflexión, no más razonamiento, no más sabor a hierro en el paladar…
entonces, comprendí que lo perturbante se llamaba miedo…
y lo sumergí tras de ti en la paz del azul inmenso, donde ahora yacemos ambos.
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