Me asomo a la ventana y veo las calles vacías,
con sus faroles amarillos y nostálgicos
y me provoca encaminarme en sus orillas
dejando en ellos las preguntas que por ratitos me impiden respirar…
tantas dudas que llenan tantas nadas,
pero que arman un todo inconcebible.
Esas calles supieron de ti, olieron a ti, advirtieron sonrisas de ti
pero nunca los faroles amarillos, no, ellos no han conocido de ti…
Y los siento tan compañeros, tan íntimos, tan solidarios…
ruin desequilibrio que no me deja saludarlos y hablarles
contarles mi tristeza, preguntarles mis dudas,
estoy segura que ellos me darían respuestas
respuestas humildes, cargadas de perdón, llenas de no esperanzas.
Cuesta creer que ya no sé nada de ti, que me dejaste esperando, extrañando,
anhelando una respuesta
y en tanto veo los faroles amigos con deseos de cuitas,
la brisa pasa, y me huele a llanto,
y trastoca la noche en perversa melodía de desencuentros
Y tañe mi ventana, pero no me trasfunde más tu beso a la distancia
en cambio, me arrulla un réquiem,
un réquiem que parece susurrar un epitafio
presintiendo que el amor se muere, lento y pausado, se muere
y punza mientras, hondo y largo, porque agenda tristezas…
Los faroles me ojean, perciben desconsuelo,
y titilantes a lo lejos claman
y me corean la misma frase, ciento un veces:
“Que no se nos olvide lo que nos queremos”….
“Que no se nos olvide lo que nos queremos”….
“Que no se nos olvide lo que nos queremos”….
Lo que nos queremos…
nos queremos…
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